sábado, 31 de octubre de 2009

Cuento de las mares y un barco con final "tragico"...

Un día andaba yo por un mar, pateando de mi mente algunos cascotes que no la
dejaban moverse libremente entre mis sienes, a orillas de un agua que abrazaba las
rocas con amor y salvajismo. Despejada mi cabeza, ahí se vino la Martula a mi
mente, a mis adentros más profundos, como si ella fuese esa grandiosa Mar, esa
abarcadora, enamorada Mar… la Mar que abraza las rocas de mi corazón, y entra
oceánica a los laberintos en los que me pierdo a menudo, y ofreciéndome un
botecito de botones, de remos de tela, ilumina el camino hacia las salidas
coloreadas de este amor que navega intrépido por los febriles ríos de la libertad…
Andaba yo entre el mar y la Mar tulina, orillando mis incertidumbres hacia las
respuestas que iban y venían, cuando un médano se interpuso entre mí y el resto del
mundo. Entonces quise yo flanquearlo, pero no terminaba nunca. Caminé y caminé
y seguía estando a mi lado en línea recta. De un lado el mar, del otro El Médano, y
en el medio un infinito pasillo de arena caliente, bajo un sol que hervía el sudor de
mi espalda. Pero la mar iba ganando playa, y cerrando el pasillo, dejándome
apenas unos centímetros por donde caminar. El Médano era tan espeso, tan tupido,
que era imposible adentrase en él. Era una pared verde y espinosa, que arena
arriba limitaba mi andar al pasillo de arena reducido ya al ancho de mis pies en
fila. Di unos pasos más, y al mirar hacia el mar, veo una tremenda ola, una masa de
agua que se gesta y se va haciendo más fuerte, más pesada, más poderosa, mientras
se acerca a mi, a una velocidad que no me da ni tiempo de pensar qué hacer. Me
aferro a las espinas del Médano y de puro terror no siento las heridas, pero así y
todo no alcanza. La gigantesca masa de agua me arrebata de un golpe y de ahí en
más, todo será una avalancha onírica y acuática…
Érase una vez, hace mucho, un día como hoy, como ayer y como mañana, un Barco
estaba siendo construido en una de las orillas de la historia, por que los barcos que había
ya no servían para navegar las aguas nuevas, que comunicaban a nuevas tierras con
nuevas vidas. Sus creadores lo promocionaron como el barco más grande, más eficiente y
rápido que se haya construido. Con una altura de montaña, era tan largo que la mirada
hacía un giro de ciento ochenta grados para recorrerlo todo. Era inmenso, imponente. Y el
lujo rozaba ya la vulgaridad. Su motor era una perfecta y grandiosa máquina aceitada y
profiláctica, perfectamente medida, con un movimiento y empuje de millones de caballos
de fuerza. Parecía creación de hechicería que algo tan grande flotara en el agua, como si
hubiera algo que lo sostenía por debajo.
Me vi en la popa, caminando cientos de metros hasta los salones donde la gente adinerada,
Los Importantes, se disponían a ser servidos por esclavos de mar. La vajilla de porcelana,
los banquetes, las copas con brandy, las forzadas risas del asco, la hipocresía más vulgar, la
fanfarronería de charol, me hicieron retirarme, siguiendo los pasillos hasta las escaleras que
bajaban hacia no sé donde. Abajo los y las de Abajo, comían y bebían su sencillez,
compartían su pobreza. Era el lugar de la clase popular. De los pasajes más económicos.
Donde los niños y las niñas corrían de aquí para allá riendo, por que nunca habían viajado en
barco, y por que la esperanza de sus padres y madres relucía, pensando en las desconocidas
tierras adonde llevaban sus vidas y sus sueños.Todo estaba como estático, nadie transgredía
el lugar que le había tocado. Cada cual sabía cuál era el rol que le pertenecía. Unos y unas
servir, otras y otros ser servidos. Unas personas mandar. Otras obedecer.
Y así se vivían su viaje. Arriba el lujo y el poder. Abajo la pobreza y la sumisión. Arriba y
Abajo, juntos en el Enorme Barco que hacia otros nuevos territorios navegaba. Ya en mar
abierto, lejos de la costa, lejos del puerto del pasado, con las miradas en lo que vendría, unos
profesando la Gloria al final del viaje, otros creyendo ciegamente en ella.
Los ingenieros, bebiendo y comiendo en el salón de la lujuria adinerada reían y hacían
comentarios fanfarrones de a cuánta velocidad podía el Barco navegar, y cuánto tiempo se
ahorraría, y la fama que este adelanto al puerto del mañana le ofrecería. Entonces hablaron
con el capitán, lo adularon con las falsas palabras del interés personal. Lo elevaron al podio
del poder, donde solo unos pocos se resisten a sus embriagadoras y privilegiadas cadenas.
Hasta que el capitán, cayó en la trampa en la que él sabía que caía, y ordenó a los
marineros ir a todo vapor, hacia la fortuna. Hacia el poder.
La caldera fue llenada con todo el carbón que le entró, y las máquinas crujieron y rugieron,
como infinitos leones de metal y fierro templado. Los enormes pistones de acero se
apuraron, se bañaron de aceite y giraron imparables. La sonrisa se dibujó en los rostros
macabros de los ingenieros, financistas, y el en rostro del tonto capitán, mientras nadie se
enteraba de lo que estaba pasando, y menos abajo, donde Las Bestias dormían cuando
arriba se decidía su futuro…
Pero de repente, un grito despabiló la monotonía del vaivén, y unos marineros de guardia
vieron cómo adelante, sobre el Mar helado, esperaba la Gran Piedra, el brillante Témpano
de la catástrofe. La orden del capitán se acató inmediatamente. Dar marcha atrás y doblar
hacia estribor. Pero la suerte ya estaba echada, y lo supieron de inmediato. Ahora lo único
que se podía hacer era esconder el desastre hasta que llegara, y seguir como si nada
pasara. Solamente supieron Arriba lo que estaba pasando, y se dispusieron a prepararse
para salvarse solo ellos, en silencio, sin levantar la pobre perdiz, que dormía sin saber lo que
se venía.
Las Bestias iban terminando su bailadera, para irse a dormir, y unas mujeres con sus niños y
niñas fueron hacia el vestuario, por donde vieron desde las ventanitas redondas la Gran
Masa de Hielo que se acercaba a toda velocidad. Corriendo y gritando despertaron a todos
y todas las demás, y desesperadamente empezaron a subir. Pero fue inútil, por que las
puertas estaban cerradas… De a uno iban probando cómo romperlas, pero no tenían la
fuerza suficiente, y dividían sus fuerzas en varias puertas. Hasta que a una de ellas se le
ocurrió juntarse todos y todas en una, y hacer fuerza juntos, hasta que fuera derribada. Así
hicieron, y la puerta cedió al séptimo empujón, cuando las fuerzas se coordinaron juntas, se
aprendieron, y se pusieron de acuerdo cuándo golpear.
La puerta cayó y Las bestias empezaron a subir, como un río de hormigas obreras, hacia
la proa. Cuando salieron al aire libre, en la cubierta vieron el panorama. El Arriba, los
vulgares roedores del Asco, se aprestaban a subir a los botes de emergencia, que no
alcanzaban para todos y todas, si no para que ellos solos se salvaran. La furia estalló en
las mujeres y los hombres de Abajo, en Las Bestias, como los llamaba la Familia Real, Los
Importantes.
Uno dijo, “¡Que no se vayan!”
Otro gritó “¡Amárrenlos!”
Una muchacha se acercó y dijo con voz tranquila pero muy firme, “Ellos hicieron este
Gran Barco. Pues que se queden en él…”.
Y todos gritaron al unísono, “¡Que se queden ellos!”

Los empezaron a apartar de los botes salvavidas, pero los Importantes tenían guardias
armados que los cuidaban, y estos empezaron a disparar. El Abajo se dispersó para
cubrirse, y pensar la contraofensiva, pero en el piso quedaron muchos muertos y los arroyos
de sangre bañaron la cubierta, formando arroyitos rubí camino al mar... Entonces Las
Bestias agarraron todos los palos que encontraron, y todo lo que se pudiera lanzar, y
volvieron a la carga. El solo clamor de sus gritos, el simple arrojo de sus voluntades unidas
y decididas, les bastó para reducir a Los Importantes. A los ingenieros, al capitán, a los
financistas, y a todas las fieras que ya no reían como antes, si no que suplicaban
falsamente, y lloriqueaban como serpientes y hienas perdidas. Los metieron en el salón y
cerraron las puertas. Mientras, el cataclismo se acercaba cada vez más. Hasta el frío de la
muerte se sentía en el pellejo.
En los botes se subieron primero a los niños y las niñas, de Abajo y de Arriba, sin distinción,
y algún mayor iba con ellos. Solo cuando ya todos y todas estuvieron en el agua, empezaron
a bajar los demás botes, uno a uno, con las mujeres y los hombres de Abajo.
Apenas unos segundos faltaban para el choque final, con el Témpano del Progreso. Y unos
pocos no habían subido aún a los botes. Eran los y las que retenían y custodiaban a Los
Importantes, para que no salieran y se aprestaran a atacar. Y ya no hubo tiempo. La
mayoría estaba en los botes, y unos y unas pocas se quedaron arriba, esperando el
momento, sabiendo que de no ser por ellas y ellos, los demás no se hubiesen podido salvar.
Esa era su propia salvación, la que residía en la de los demás. Rieron. Abrieron las puertas,
pero ya el Iceberg de la Modernidad estaba encima. Se erguía tan alto. Tan ancho. El Gran
Barco de Lata se desmoronó en cuanto chocó contra la dureza del Hielo de la Historia. Los
Importantes tomaron de su propia medicina. Y los hombres y mujeres de Abajo que
quedaron en el Barco, con la vista en los Botes de la Resistencia se abrazaron, y uno
encontró en el suelo, mientras el Barco se desarmaba como un barco de papel, el libro con
los planos del Barco. En el título se leía como borroneado: TITANIC. Pero el nombre que
finalmente le pusieron fue: CAPITALISMO.
La Ola me devolvió a la playa de la que me había arrastrado. El Médano ya no
estaba, y me quedé sentado en la arena, pensando en la historia que el Mar me
había contado, en el sueño del Barco que igual que un Avión mal hecho, sin prever
las leyes de la gravedad, no tiene futuro más que en su propia destrucción al final
del acantilado…

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